martes, 3 de mayo de 2011

La noche y la memoria

Huir de los rostros no siempre es una buena opción. Delante siempre están las máscaras que no se sonrojan ni se espantan porque saben que los que las observan no ven detrás. En otoño, octubre, cuando llueve, saco mi paraguas no por sí llueve sino para no mojarme. La lluvia no apetece con tanto frío. No es la escena de Blade Runner: excelente manejo del temporal. ¡Qué mejor muerte que en el cine y bajo la lluvia! Pero no importa el mañana si te visita la desdicha. Por eso te mojas. Igual que los enamorados, los vagabundos, los soldados en frente enemigo. No importa la lluvia porque no importa el mañana.
Cuando pienso en esas noches de tormenta me atrapa la memoria. Todos, de pequeños, frente a la ventana, porque se apago la luz en la calle, la luz en la televisión, sólo hay luz en los relampagos y en los corazones. Es la noche de los tiempos, una y otra vez. Es la tierna infancia de la humanidad que truena desde sus más reconditos rincones y nos avisa una vez más, incansable, impenitente, de que cuidemos de ella.
Subidos a las higueras llegabamos a casa con picaduras, heridas, magulladuras, escozor, los pantalones sucios. ¿Dónde has estado? Por ahí, madre. ¡A la cama, inmediatamente! Y subías, deshacias la cama que con tanto trabajo habías hecho por la mañana y te metías allí, agotado, hasta el día siguiente. Con los años todo cambia su lugar y su andadura. Ya no vuelves de subir a las higueras ni te metes en la cama para dormir. ¡Ya no eres un niño! Eso tienes que recordartelo cada mañana. En general, se olvida la voz y se queda el recuerdo. Aprendes a sonrojarte y dejas de sonreirle a todo el mundo porque ya nadie te pregunta por tus dientes de leche.
Sucede el tiempo, y sucede el espacio. Porque ya no hay lugar para todos los recuerdos ni para todos los amigos. El pasado se difumina y el presente es efímero. No hay descanso sino lucha. Arrogarse el futuro: peligro para los pueblos que pretendan libertad, suerte para el individualista; al acecho de una oportunidad.
En espacios como el de hoy he recorrido distancias de distinta manera: al trote, a gatas - aunque no lo recuerde -,en coche, en avión, en piragua. Lo que nunca he tenido son sensaciones tan distantes: gritos azarosos, confeti, fiestas populares... Acostumbrado a la pluma y la distancia me choca lo caótico, lo extemporáneo.


Al hilo de tantas sensaciones me arrastra el recuerdo de los que se fueron; de los que dejaron la existencia. Se arrojaron a lo incomprensible, a lo extraño, a lo estertóreo. De ellos sólo queda el recuerdo que alguna vez quedara extinto porque pese a la importancia que les damos sólo son polvo. Tan triste es el destino de nosotros, seres que nos creimos alguna vez en algún momento creaciones últimas de un Ser Supremo que nos amaba por encima del resto de criaturas. Hoy somos migajas y mejor así. Solitarios en un universo que nos tolera porque no nos conoce ni reconoce; que sí pudiera se vengaría.
Algún dia - mucho después de que mis palabras se hayan perdido - será el final de la historia de la conciencia. Y ese hermoso día será el principio de la paz, de la armonía, del descanso de la naturaleza.

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